Diez años en La Hora

_MG_2193El 30 de julio de 2008 se cumplió uno de mis más grandes anhelos: ser periodista en La Hora. Desde el aula universitaria, en la clase de periodismo guatemalteco, escuchaba con atención la trayectoria de este medio de comunicación, del exilio, la valentía y la determinación que caracterizaron a los señores Clemente Marroquín Rojas y Oscar Marroquín Milla.

En dos ocasiones, sin convocatoria abierta, dejé mi CV para ser parte de La Hora, pero no tuve suerte. Creo que mi insistencia fue muy grande, que finalmente mi editor más apreciado, Mario Cordero, me dio el privilegio de trabajar como periodista en este periódico que hasta hoy ha sido como mi casa, donde he aprendido y sigo aprendiendo de esta noble profesión.

El tiempo pasa rápido, este 30 de julio cumplo diez años de aprender de mi mejor maestro, el señor Oscar Clemente Marroquín, a quien respeto, admiro y aprecio tanto.  Al igual, que a su hijo, Pedro Pablo Marroquín, quien me ha concedido muchas oportunidades y me ha permitido crecer como persona y periodista.

De don Oscar Clemente guardo tantos momentos gratos, como sentarse conmigo a escuchar la grabación de un audio por mi inseguridad y miedo a equivocarme, a tomarse el tiempo para hablarme y hacerme entender que mi vida vale más que una publicación, a escucharme y no recriminarme cuando políticos y fuentes de poder han querido desestabilizarme por una publicación o con la intención de dar marcha atrás sobre lo que he escrito o dicho. A dejarme aprender y crecer como profesional, porque NUNCA me ha limitado en oportunidades, al contrario, me ha apoyado y animado para lograr mi objetivo. Y lo más valioso, me ha enseñado con su ejemplo y congruencia a trabajar por la justicia social.

De Pedro Pablo también conservo tanto, como tolerar mi necedad y con paciencia enseñarme a que debo escoger mis batallas, que mientras viva podré seguir aportando. Además, de su apoyo incondicional y solidaridad en momentos donde mi condición humana me ha hecho perder la fe por las injusticias.  Precisamente en las coberturas más duras ha estado conmigo para transmitirme fuerza y ánimo. Aunado a todas las oportunidades de aprendizaje que me ha dado en Guatemala  y fuera del país. Sus virtudes y ejemplo son respetables: la empatía con el dolor ajeno, la generosidad con el prójimo y la promoción de las oportunidades para todos.

Todas las experiencias vividas en La Hora y en mi ejercicio periodístico han marcado mi vida, unas más que otras. La detonación de una bomba incendiaria en un bus de las rutas Quetzal en 2011 donde murieron nueve personas, entre ellas dos niños y una niña.  Presenciar como los bomberos sacaron a las víctimas quemadas por las ventanas, percibir esa frustración de no poder salvar vidas, los llantos de las familias, la desesperanza y el nivel de maldad de la ambición de otros, son situaciones que hasta hoy no he podido superar.

Tampoco he superado el drama de las víctimas secuestradas, después de conocer el infierno que vivió una doctora que habló conmigo, describió la amarga experiencia y la humillación a la que fue sometida. La profesional tuvo una regresión en la entrevista, lloró y grito tanto, que hasta hoy todavía siento su dolor.

El mismo dolor que me transmitió la adolescente de Sololá, violentada y agredida sexualmente por los hombres de su familia. Con frustración y desconsuelo me dijo que cuando denunció estos delitos con su madre, le explicó que debían aguantar la violencia sexual, porque ella y su abuela habían vivido lo mismo en su casa y era una práctica normal, que no se cuestionaba. El nivel de machismo, violencia y desvalorización al que siguen sometiendo a las mujeres es realmente despreciable.

Otra experiencia dura, ha sido observar el llanto de un bombero comprometido con su labor y su causa.  La imagen se repite en mi cabeza y lo recuerdo con las lágrimas en los ojos, con dificultad para hablar y llorar sobre el cadáver de niños; se recriminaba asimismo por no lograr salvarlos de un incendio.

Difícil asimilar el vacío que dejó una pasajera asesinada en un bus, quien era el tesoro de sus padres, a quien tanto cuidaban y querían.  Ella entró en crisis cuando delincuentes asaltaron el bus, se lanzó y murió. Su talento y trabajo quedaron plasmados en bolsas de tela que hacía para ganarse la vida.

Es duro recordar a aquellos investigadores de la Policía Nacional Civil que fueron asesinados en su labor, a quienes conocí de cerca y me ayudaron muchas veces en mí trabajo, con datos e información valiosa. Hombres respetuosos y trabajadores, que me enseñaron que a pesar de la precariedad, el desprecio de la sociedad y el injusto trato y saqueo que históricamente ha hecho el Ministerio de Gobernación y la propia Policía, pueden hacer un milagroso trabajo de prevención y combate a la delincuencia.

El evento más duro, que me hace comprender la frustración de bomberos y policías, es la muerte de 41 niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción.  Después de tanto denunciar, exigir y hasta llorar porque alguien pusiera atención a la niñez de ese Hogar, murieron quemadas el 8 de marzo de 2017.

Desde el año 2015, en La Hora, veníamos publicando el maltrato y los abusos que sufrían las niñas y los niños.  Nadie puso atención. El día de la muerte de esas 41 adolescentes entendí que a este país lo que menos le importa son sus niñas y niños, que el estigma y el desprecio pueden más que el amor y la humanidad. Y que si no tienes dinero, un apellido de alcurnia, un color de piel distinto, nadie pondrá atención a tu dolor.

A esa niñez, la violentaron sexualmente, la lastimaron físicamente, marcaron su vida, destrozaron su dignidad y las quemaron.

No puedo comentar solo momentos difíciles, también hay experiencias buenas y agradables, que me hacen entender que el periodismo comprometido y las palabras pueden transformar vidas o al menos dar un poco de esperanza.

Por ejemplo, la respuesta de la sociedad después de una publicación de un piloto de bus que quedó en silla de ruedas por la violencia. Los lectores no dudaron en compartir una silla de ruedas, víveres y donaciones. La respuesta del gremio, cuando todos en conjunto, sin importar quien publicó primero, retomaron publicaciones hechas por La Hora. El mismo Estado que actuó para rescatar a un niño que fue robado de los brazos de su madre, a adolescentes víctimas de trata de personas en Chimaltenango, o cuando investigaron las violaciones sexuales en la cárcel, los traslados ilegales, entre otras acciones que también se valoran y agradecen.

Tengo tanto que agradecerle a La Hora, a mis jefes, editores y buenos compañeros, que han aportado a mi vida profesional y personal. Diez años de experiencias que han dejado una huella imborrable.

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