La semana pasada nos reunimos en línea, con un grupo de ciudadanas y ciudadanos comprometidos con la niñez guatemalteca. Abordamos el origen de la institucionalización, el contexto, los eventos del 7 y 8 de marzo en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción. Además, planteamos posibles soluciones.
Este conversatorio, nos permitió intercambiar ideas, criterios y opiniones. Fue un espacio enriquecedor en el que convergimos profesionales de diferentes áreas, cada persona expuso desde su propia experiencia, que se puede hacer para disminuir la institucionalización de la niñez, o que ideas surgen en torno al tema.
Algunas de las participantes resumieron sus criterios en textos breves y precisos, otros prefirieron exponerlas el día del conversatorio.
La cineasta y documentalista Vivian Rivas, opinó desde su experiencia y profesión, e indicó que documentar las historias humanas, tienden a cambiar de perspectiva y generar empatía.
“Creo que sería buenísimo entrevistar niñas o niños que están institucionalizados o estuvieron institucionalizadas. Aunque no mostremos la cara. La gente tiene ver estas historias. Si seguimos insistiendo, algo vamos a lograr”.
Aury del Águila, profesional en ventas, lo resumió en “informarnos y contribuir con nuestros talentos en pro de la niñez”.
La financiera Rocío García, propuso crear campañas extensas para dejar de normalizar la violencia y abuso hacia las niñas y niños, dentro de las mismas familias y entornos cercanos.
“Es un cambio de paradigma grande en la sociedad, pero NECESARIO, es lamentable que algunas niñas y niños dentro de su hogar vivan infiernos que provoquen la institucionalización. Y esa misma normalización de la violencia hacia los niños en la sociedad impide que se genere el nivel de indignación ciudadana que se esperaría con casos terribles como el Hogar Seguro”.
Rocío García, desde su profesión administrativa, financiera y como parte de la sociedad, propuso: “involucrarnos fiscalizando que los recursos dedicados a la niñez sean invertidos en asegurar realmente su bienestar presente y futuro”.
Miriam Portillo, comunicadora social, impulsora de estrategias de comunicación y prevención, se refirió al evento del 8 de marzo de 2017, donde 41 niñas murieron quemadas y 15 resultaron heridas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción.
“El evento ocurrido con las niñas nos impactó de sobremanera, primero por lo angustioso de haber vivido esos momentos últimos de verse solas, en el fuego dando gritos de auxilio y sin ser escuchadas, entonces desde allí vivieron lo que siempre expusieron, no ser escuchadas, atendidas, valoradas, apreciadas, por el Estado. Sus familias tendrán sus diversas situaciones del por qué estaban allí, eso es otro tema. El Estado les quedó debiendo, atención, inclusión, preparación, y sobre todo el valor de su vida”.
Miriam Portillo agregó que la Secretaria de Bienestar Social debería estar integrada y dirigida por equipos técnicos y profesionales especializados, que puedan y quieran dirigir este establecimiento y otros similares; por personas idóneas que realmente estén interesados en el bienestar de las jóvenes, y brindarles apoyo moral, emocional y psicológico.
VOCES CIUDADANAS
Para el periodismo es vital escuchar las voces ciudadanas, que nos aportan y ayudan a construir el país que todas y todos queremos.
La beca “A Digital Path to Entrepreneurship and Innovation for Latin America”, del International Center for Journalists (ICFJ), que actualmente curso, me ha permitido aprender y reflexionar sobre las voces ciudadanas y la importancia de escucharlas.
El papel de la ciudadanía es vital para lograr cambios sociales. Nuestro deber, como periodistas es escucharlas y empoderarlas.
La semana pasada, un grupo de profesionales guatemaltecos participó en un conversatorio sobre la institucionalización de la niñez.
El 26 de noviembre del año 2014 desapareció Bedelyn Orozco de 14 años. Había salido de su casa en la zona 12 de Villa Nueva. Un día después le llamó a su mamá desde un teléfono desconocido, “si me pasa algo, estoy con Morris”, advirtió. Once días después Bedelyn murió linchada por una turba en Nueva Santa Rosa, Santa Rosa. El caso sigue impune.
“Siempre te amaremos” se lee en la tumba de Bedelyn, quien fue sepultada en diciembre de 2014. La mamá de la niña dijo que su hija quería vivir lejos, pero no le explicaba las razones.
“Nosotras platicábamos, pero nunca me comentó cosas raras, simple y sencillamente me decía que nos fuéramos a vivir lejos”, me dijo la mamá de Bedelyn el día de su sepelio.
En ese momento no había explicaciones suficientes para comprender que le sucedía a Bedelyn. El dato relevante que existía lo había emitido la Unidad Operativa del Sistema de Alerta Alba-Keneth que había incluido la desaparición de la adolescente en un móvil preliminar vinculado con “coacción y amenaza por grupos delincuenciales”.
Bedelyn murió el 7 de diciembre de 2014, luego de una turba le prendió fuego y la acusó de disparar contra el conductor de un mototaxi en Nueva Santa Rosa, Santa Rosa.
En esa ocasión también fue herido el agente de la Policía Nacional Civil, Héctor Abel Moreno López, quien pretendía evitar el linchamiento y cumplir con su función adecuadamente. Por otro lado, fue ligado a proceso y remitido a un Juzgado de Menores en Conflicto con la Ley Penal un adolescente, quien habría disparado contra el conductor del motataxi.
En el caso de Bedelyn no hubo presunción de inocencia. La acusaron y la lincharon, hay un solo sindicado por el crimen: Gregorio Gutiérrez Lima, quien es procesado por homicidio cometido en estado de emoción violenta y atentado con agravación específica. También hay una turba que sigue en impunidad.
El Ministerio Público informó el pasado 2 de agosto, que está pendiente de que se lleve a cabo la audiencia de debate oral y público de Gutiérrez; aún no hay fecha.
Como periodistas y medios de comunicación es importante retomar las publicaciones sobre la aplicación de justicia en los casos que afectan a la niñez y a la adolescencia, un problema que también está relacionado con la falta de un sistema de protección integral.
Sigo creyendo que como sociedad le seguimos fallando a los niños, niñas y adolescentes, continuamos olvidando a uno de los sectores más importantes de la sociedad guatemalteca.
La alarma sonó a las 04:15 de la mañana. No quería levantarme. Los ojos me pesaban y la mañana fría no me motivaba. Era miércoles 8 de marzo de 2017.
Lo logré, salí de las sábanas calientes y cómodas. Revisé el teléfono. Leí rápidamente algunos mensajes de WhatsApp y en las redes sociales. Encontré el reportaje de Clara Gil, la colega española que después de un trabajo exhaustivo de semanas, publicó la investigación “Un refugio de menores del Estado en Guatemala es investigado por prostitución y narcotráfico” Un refugio de menores del Estado en Guatemala es investigado por prostitución y narcotráfico | Magazine (wordpress.com).
Entre Guatemala y España hay varias horas de diferencia. El medio de comunicación PlayGround, donde laboraba Clara había publicado el reportaje desde hacía algunas horas. En Guatemala empezaba nuestra jornada laboral. Pensé: en cuanto logre sentarme leeré el trabajo de Clara, quien genuinamente se había preocupado por la situación de la niñez institucionalizada en los hogares del Estado. Ningún medio internacional se había interesado por el tema y solo algunos colegas en Guatemala habían publicado esporádicamente.
Mientras revisaba el teléfono mi amado perrito Brownie, un dulce labrador retriever café, movió su cola y se acercó como siempre lo hacía. Lo abracé y recordé que tenía que apresurarme para empezar mi jornada.
Me bañé. Me vestí y no sé porque pensé que tenía que usar zapatos cómodos “por si debía salir corriendo”. Mi trabajo consistía en cubrir hechos de seguridad y violencia, en otras palabras, estar preparada para cualquier acontecimiento que marcara la jornada: esto podría ser desde bajar un barranco o cubrir un motín en una cárcel.
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Ese miércoles, tenía permiso de mis jefes en La Hora (donde trabajé por más de 12 años), de asistir a las capacitaciones del Ciclo de Actualización de Periodistas (CAP), una iniciativa de la periodista Marielos Monzón, quien nos ha apoyado significativamente para capacitarnos y lograr mejores resultados en nuestro ejercicio profesional.
Llegué al lugar donde recibíamos la clase a las 06:15. Leí el reportaje de mi colega Clara Gil y lo compartí en mis redes sociales. Felicité y agradecí a Clara por el gran trabajo realizado y por todo su esfuerzo. En silencio pensé: este tema ya está fuera de Guatemala y ahora sí, alguien tiene que hacer algo.
Hacía dos años (2015) que a través de investigaciones periodísticas, había escrito sobre maltrato, tortura, violencia psicológica y sexual a la que sometían a las niñas, niños y adolescentes (NNA) del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, pero nadie quería escuchar. Muchos funcionarios no entendían mi necedad. Otros me escucharon y emprendieron algunas acciones. Hubo personas que me preguntaron por qué el tema me preocupaba tanto… (decían, pero si no son sus familiares).
La que nunca faltó y quien siempre estuvo ahí desde el año 2009 hasta fecha, para escucharme y ayudarme a construir un camino en el periodismo, fue mi querida amiga y guía Carolina Vásquez Araya. Como solía hacerlo en situaciones que para mí no tenían salida, le comenté lo que sucedía en el Hogar y mi preocupación porque no se lograba nada. Ella escuchó mi frustración y me ayudó a proponer una medida desde el periodismo, que fue importante.
Entré al salón. Me senté muy entusiasmada, Saqué mi cuaderno, saludé a algunos de mis compañeros y amigas (Glenda y Geldi) que cubrían conmigo la fuente de seguridad y violencia, y también asistíamos a los Ciclos CAP. Entró Nuestro expositor y empezó la clase, levanté la mano, planteé algunas preguntas, pero no hubo oportunidad para escuchar las respuestas.
Recibimos un audio del chat de los Bomberos Voluntarios. No pude escucharlo en medio de la charla. Salí del salón. La voz del bombero nos decía: “amotinamiento en Hogar Seguro Aldea Las Anonas San José Pinula centro de Rehabilitación”… No era un centro de rehabilitación, era el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, un hogar para niñez que necesitaba protección y abrigo. Era el Hogar donde maltrataban a los niños.
Salí corriendo, llamé a mi compañero conductor Max para solicitar su apoyo. Me subí al carro, pero no lo podía asimilar. En la radio hablaban de un incendio y yo no quería creerlo. “Mejor confirmo” pensé. Llamé a Milvita, de los Bomberos Voluntarios y fue quien me confirmó que “había varios niños muertos en el incendio”.
No podía respirar, no tenía control de mis emociones. Mis ojos empezaron a gotear. Milvita me dijo “cálmese, se va a enfermar”. Tranquilícese. Solo le dije gracias y colgué. Envié la confirmación al chat que teníamos en La Hora.
El director de La Hora, fue muy solidario conmigo. Vía telefónica me abordó de una manera humana. No recuerdo exactamente lo que le dije. Pero si recuerdo que sus palabras tuvieron un efecto positivo para salir del estado en el que me encontraba.
Sentí el camino largo… llegamos y no quería bajarme del carro. Estaba llorando. No quería que nadie me viera. Necesitaba una distancia sana entre mis sentimientos y la cobertura que realizaría ese día. Tomé valor, limpié mis ojos y salí del carro. Empecé a tratar de reconstruir los hechos, de los que debía informar.
Los bomberos estaban ahí. Después llegaron autoridades policiales, representantes de la sociedad civil, de la Secretaría de Bienestar Social, del sindicato, fiscales. Había mucha gente. Llantos, desesperación porque abrieran la puerta. Cuerpos en el patio, apenas lográbamos ver debajo de la puerta o cuando salían las ambulancias.
Testimonios e historias de horror de madres de familia y adolescentes exinternos, que reiteraban: maltrato, bebés robados, violaciones. Era difícil de asimilar todo en esa cobertura.
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41 niñas habían muerto y 15 estaban heridas. Sin saber nada de lo que ocurriría, un mes antes había programado un viaje para el 10 de marzo, fuera de Guatemala, que al final sería mi salvavidas. Aunque no sé cómo llegué, ni como regresé porque estaba inconsciente, como perdida en un agujero sin salida.
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Cuando regresé al país pensé: “que lección tan dura me han dado”. “Qué frustración tan grande siento”. “No pude hacer nada por la niñez del Hogar Seguro”. “Mi periodismo no sirvió de nada” … En los últimos años y a pesar de tantas experiencias difíciles en un país como Guatemala, no había sentido lo que sentía ese día.
Sí bien es cierto, me ha tocado llorar en silencio, porque de nada sirve hacerlo públicamente. Experimenté el dolor cuando 9 personas, entre ellas tres niños, murieron carbonizadas en un bus quemado por las pandillas en 2011, o cuando una mujer vio la cabeza ensangrentada de su hermano por la ventana que fue asesinado en un bus asaltado junto con 5 pasajeros. O, en 2010, cuando el niño de 2 años lloraba junto a su madre por la muerte de su padre en un bus. Cuando asesinaron a una de mis principales fuentes de información, un joven policía honesto y comprometido con la investigación criminal. En 2009, cuando sicarios entraron a matar a una familia y los únicos sobrevivientes fueron dos niños en pijama en 2008.
Aunque ser periodista en este país no es fácil, creo firmemente que llorar y lamentarnos no sirve de nada. Lo que si sirve y se traduce en nuestro aporte y compromiso social, es la investigación e información exhaustiva de un caso o situación específica, con la cual lograremos revelar violaciones a derechos humanos, injusticia e impunidad.
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En 2017 pensé que sería mi último año en el periodismo, estaba muy triste y decepcionada por lo que había ocurrido en el Hogar Seguro. Había dado todo lo mejor de mi como profesional y persona, pero no había logrado nada. Pensé ¿para qué hacer periodismo? Si nada se pudo hacer: nadie investigó exhaustivamente, nadie se preocupó, nadie hizo nada… y todo terminó mal.
Ya no tenía fuerzas ni deseos para continuar. En ese año fui operada de un tumor en la pierna y físicamente tampoco estaba bien.
Sin embargo, un viaje a Argentina me cambió esa idea, probablemente Cristian Alarcón, el director de Cosecha Roja, no lo sepa, pero las palabras que nos transmitió el último día de la beca me sacudieron y me hicieron regresar al punto de partida ¿Por qué el periodismo y nuestra voz es importante para la comunidad? ¿Por qué debemos seguir en esta profesión, que nos da pocos motivos para mantenernos felices?
Las preguntas y respuestas de Cristian reivindicaron mi camino, me levantaron y me animaron a seguir adelante. Hoy entiendo que el periodismo es capaz de lograr cambios importantes en sociedades como las nuestras, aunque existan episodios oscuros y llenos de dolor donde no podamos hacer nada, también habrá historias que nos devolverán la fe y esperanza, toda vez exista compromiso y voluntad para hacer un periodismo mejor cada día.
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El 30 de noviembre de 2017, el Día del Periodista, regresé de Argentina, la Asociación de Periodistas de Guatemala, me concedió el reconocimiento “Por la cobertura humana en temas dramáticos”. Y 5 días después el Instituto de Previsión Social del Periodista (IPSP), me entregó el Premio Nacional de Periodismo, por la cobertura que hice antes, durante y después del incendio en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción.
Más allá de los reconocimientos y de la alegría de que otras personas valoren nuestro trabajo, estas señales fueron muy claras para mantenerme en esta hermosa y sufrida profesión.
Cuatro años después del incendio y con el temor de una regresión a la oscuridad, reivindico mi convicción por el periodismo, el que construye con la investigación e información exhaustiva y oportuna.
Por esa convicción reitero, todavía hay mucho que hacer desde el periodismo para evitar repetir tragedias como las de Hogar Seguro y tratar de aportar con la investigación, para que las niñas muertas descansen en paz.
Esa tarde de diciembre de 2011, me sentía nerviosa, ¿por qué no admitirlo? también temerosa. Se trataba de una cobertura diferente. Estaba investigando la mezcla de perfiles de pacientes del Hospital de Salud Mental Federico Mora con personas sindicadas de delitos, de quienes se sospechaba usarían su “padecimiento mental” para evitar la privación de libertad en una cárcel.
Me temblaban las piernas, me sudaban las manos, pero tomé valor y toqué el timbre. Estaba frente a la puerta del Hospital de Salud Mental Federico Mora. Habíamos acordado una entrevista con quien era la directora ejecutiva de ese lugar, en ese año.
¡Inesperada bienvenida! Alguien nos abrió la puerta de inmediato, asumo que era el guardia, pero no emitió ninguna palabra. En segundos apareció un hombre alto, de cabello crespo, tez morena, con una sonrisa dibujada en su rostro, como si conociera a mi amigo fotógrafo José Orozco y a mí.
-Qué bueno que nos visitan, porque casi nadie viene- nos dijo. –No se preocupen- yo los voy a acompañar, repitió.
– ¿A quién buscan-nos dijo? – A la directora, le respondí.
Su amabilidad y cortesía cambió mi nerviosismo y tensión por tranquilidad, sin embargo, a medida que íbamos avanzando, la realidad me mareaba: pacientes desnudos dormidos en el suelo, olores fétidos. Seres humanos perdidos en su propio mundo: riendo, llorando, golpeando paredes.
-Dame 25 centavos- me dijo un sexagenario sin camisa. No pude responder nada.
– ¿Para qué quiere 25 centavos? – le dijo mi amigo José. -Para un cigarrito que compro en la tienda-, respondió. Nuestro anfitrión sonrío y dijo “aquí no hay tienda”.
Tantas miradas sobre nosotros me ponían mal. Nuestro anfitrión repetía que pronto estaríamos en la oficina de “la seño”, porque él conocía muy bien el camino. Esa frase “conocer bien el camino”, empezó a desconcertarme…
Finalmente llegamos a una oficina y desde la ventana nuestro anfitrión empezó a gritar
-Seño te buscan-. Ella respondió: -gracias mijo, ahorita no-. -Vení a ver lo que te traje-, repetía.
Cruzamos miradas con mi amigo José y sin decirnos nada empezamos a caminar a la puerta principal de la oficina. La directora sonrío y en referencia al amable anfitrión nos dijo: -Él es otro de nuestros pacientitos. Le gusta acompañar a las visitas hasta la oficina-. -No se a que se dedicaba él, pero siempre está en la puerta”, nos explicó.
La directora nos advirtió que nuestro anfitrión también tenía “momentos difíciles”, pero regularmente su día transcurría bien con tratamiento, por eso también “aguantaba los zapatos”, porque como habíamos observado, casi nadie soportaba el calzado todo el día.
Detrás de cada cobertura periodística hay una historia que se queda con nosotros, se conserva, se describe y se comparte con las personas que nos leen y nos motivan a seguir en esta noble profesión.
Casi todos los días, el gremio periodístico informa sobre vulneración de derechos, o delitos cometidos en contra de la niñez y adolescencia, lo cual requiere de mecanismos acertados para informar una realidad que no se puede esconder, pero que debe realizarse con respeto y cuidado.
La profesionalización y sensibilización son importantes para abordar temas con enfoque de derechos de niñez y adolescencia. Admito que no en todas las universidades implementan un pensum de estudios con este enfoque, aunque sería de mucha utilidad para cuando un comunicador social o periodista sale a enfrentarse con la dura realidad.
Sin embargo, también creo que cada uno tiene la responsabilidad de buscar la profesionalización y mejorar la forma en que transmitimos un mensaje.
Hay instituciones, organizaciones y universidades que imparten cursos, talleres y comparten material para periodistas, donde podemos aprender sobre el abordaje de los temas de niñez y adolescencia.
Estos lugares también nos enseñan las razones por las que debemos dejar de usar la palabra “menor”, que es un término peyorativo cuando nos referimos a un niño, o una niña. Además, hay enseñanzas importantes sobre las razones por las que NO debemos visibilizar el rostro de la niñez y su nombre.
Muchas veces dañamos más cuando damos a conocer el rostro de la niñez y escribimos su nombre, podríamos provocar un daño irreparable en el niño, en su comunidad o los podríamos exponer a un riesgo donde su vida está en juego, por ejemplo, cuando son testigos de crímenes.
Hay alternativas valioso, por ejemplo, usar un nombre ficticio o modificado, no tomar la fotografía o el video del rostro de un niño vulnerable o en riesgo, o incluso en conflicto con la ley penal.
En este espacio, comparto algunas alternativas que pueden ayudarnos a todos a informar con un enfoque de derechos de niñez, por ejemplo, el año pasado, la organización Educo, miembro de ChildFund Alliance, socializó con periodistas de diferentes medios de comunicación la “Guía Educo” para entrevistar a niñas, niños y adolescentes (NNA) con enfoque de derechos humanos. La intención era fortalecer la protección de los derechos de la niñez por parte de los titulares de responsabilidad, entre ellos los medios de comunicación. Creo que podría ser útil que los periodistas interesados se acerquen a Educo Guatemala @EducoGuatemala para conocer la guía.
Tenemos alternativas para informar adecuadamente, solo debemos buscarlas, o acercarnos a organizaciones o instituciones que puedan ayudarnos a realizar un trabajo respetuoso y con enfoque de derechos de niñez.
Pensaba que dentro de poco tiempo cumplo doce años de ejercer periodismo, donde he disfrutado y he aprendido de cada momento, experiencia, situación y desafío que se ha presentado en mi carrera.
Algunas situaciones han sido más complejas que otras y han demandado no solo mi profesionalización, sino también mi preparación física, psicológica y emocional para sobrellevarlas.
Por todo este tiempo tengo enorme gratitud a diferentes personas que hasta hoy me acompañan en el ejercicio profesional, a fuentes de información valiosísimas y a diferentes profesionales que han enriquecido mi trabajo con sus aportes y conocimientos, así como a familias, que a pesar del dolor de perder a un ser querido, han abierto las puertas de su casa y de su corazón para compartir historias y dignificar memorias.
Hace poco también pensaba en un proyecto, un libro, que pueda recoger historias, anécdotas, situaciones personales que se guardan en la mente, en el corazón, en un objeto, en un pedazo de papel y que son parte de todo el proceso de formación que llevamos en esta noble profesión.
El año pasado recibí un taller de edición para escritores en Sophos, impartido por Eduardo Villalobos; personalmente me gustó mucho la forma como él nos compartió contenidos, nos transmitió conocimientos y porque nos recordaba la importancia de ejecutar ese proyecto que anhelamos, un libro.
Las ocasiones en las que asistíamos, Eduardo nos reiteraba la razón por la que estábamos en el taller y porque era necesario trabajar en ese proyecto. Muchos de los que participamos anteponíamos trabajos, horarios, situaciones que no nos permitían alcanzar ese objetivo.
En los últimos meses del año pasado, estaba muy entusiasmada con el taller y empecé a escribir, pero después, con las diferentes responsabilidades laborales me fui alejando de la meta.
Por eso, pensaba que vale la pena retomar proyectos, ejecutarlos, contar historias y lograr probablemente esa catarsis que muchos de los que escribimos necesitamos. Ojalá pueda organizar mi tiempo y concluirlo lo antes posible.
Los niños y las niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción estaban hacinados y dormían en colchonetas en el suelo. Lograron llamar la atención después del incendio del 8 de marzo de 2017.
Hace algunos días tuve la oportunidad de compartir en un espacio de formación, la cobertura que iniciamos en el año 2015 del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, dos años antes del incendio del 8 de marzo de 2017, donde murieron quemadas 41 niñas y 15 resultaron heridas.
Tras la recopilación y verificación de los datos que guardé de esas coberturas, encontré el proceso 01174-2016-01379, que correspondía a una denuncia interpuesta por la Procuraduría General de la Nación (PGN) en contra de la Secretaría de Bienestar Social (SBS) en octubre de 2016, cinco meses antes del siniestro. La acusación fue presentada por la evasión (abandono de proceso) de 40 adolescentes.
¿Qué derivó esa denuncia? ¿Qué pasó con las instituciones estatales?
Recordar todo ese proceso es revivir la frustración y abrir una herida que no sana después de tanto tiempo, a pesar de que únicamente he sido una periodista que informó del caso. Imagino el profundo dolor que sienten las familias de estas niñas, algunos educadores y testigos honestos que convivían con ellas diariamente y que alzaron la voz en el momento oportuno.
La denuncia de la PGN provocó una serie de acciones que demandó actuar a diferentes instituciones. El Juzgado de Primera Instancia de Niñez y Adolescencia del área metropolitana, pidió diferentes acciones.
Al Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) le requirió evaluaciones médicas de las niñas, niños y adolescentes (NNA) que estaban albergados en el Hogar, al Ministerio Público (MP) le demandó investigar la comisión de posibles delitos, a la Secretaría de Bienestar Social (SBS) y a la PGN trabajar interinstitucionalmente y al Consejo Nacional de Adopciones (CNA) le requirió establecer si el Hogar Seguro llenaba los requisitos para abrigar a la niñez y adolescencia. La supervisión del CNA concluyó en que NO llenaba esos requisitos.
El Juzgado, tras conocer el informe del CNA le pidió a la SBS una ampliación física y estructural del Hogar Seguro, NO el cierre, a pesar que cuando hay más de 20 niños y niñas en hogares se considera una macro institución, lo cual contraviene los estándares internacionales para la protección de los derechos de los NNA.
En aquella ocasión el CNA interpuso un recurso de apelación en la Sala de la Corte de Apelaciones de la Niñez y Adolescencia que resolvió con lugar, pero fue hasta después del incendio del 8 de marzo de 2017; ordenó el cierre progresivo.
Recuerdo la denuncia de octubre de 2016, porque fui a preguntar sobre los avances a cada una de las instituciones que menciono en este texto, pero no observé suficientes acciones para promover un cambio por parte de quienes tenían que actuar, investigar y agilizar procesos para procurar una situación distinta para los niños y niñas. Desde mi opinión, la Subsecretaría de Protección y Acogimiento demostró y sigue demostrando que no tiene mayor interés en atender a los menores de edad con diferentes perfiles.
Hoy nuevamente pregunto al Estado indolente ¿Por qué sus instituciones no actuaron con la prontitud que requería el caso? A partir de esa y otras denuncias, tuvieron la oportunidad de demostrar interés y reflejar que hacían algo. El 14 de febrero de 2017, a escasos días de que ocurriera el incendio, publicamos el reportaje “El drama de la niñez del Hogar Virgen de la Asunción no tiene eco en el Estado”, donde quedó evidenciado cuál fue el papel que jugaron las instituciones antes del incendio.
Nadie pensó que la situación del Hogar Seguro Virgen de la Asunción terminaría con un incendio. La verdad yo tampoco, tenía la esperanza de que las condiciones de vida de la niñez cambiaran, pero no fue así.
Los acontecimientos del 7 y 8 de marzo de 2017 solo fueron el detonante de una serie de abusos y delitos que ocurrían en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción y que deberían ser investigados a partir de junio del año 2010, cuando el Hogar empezó a funcionar.
A mi criterio, la fiscal general del Ministerio Público, María Consuelo Porras, tiene la oportunidad de demostrar su compromiso con la niñez, al investigar los delitos y deducir responsabilidades por el daño causado a los NNA. Además, establecer quienes no actuaron oportunamente de acuerdo con sus funciones legales. Sentaría un precedente al determinar ¿Qué hicieron o dejaron de hacer las Secretarías de Bienestar Social? ¿Estas personas tenían la capacidad e idoneidad para ocupar esos puestos?
Norma murió el 13 de junio de 2013, a las 11 de la mañana en un bus de la ruta 40R, cuando un grupo de delincuentes asaltó la unidad de transporte en el paso a desnivel de Tecun Umán, en la zona 9.
A Norma Ileana Álvarez Ruiz, de 48 años, le arrebataron la vida en una unidad del transporte público. Su caso no fue una estadística como desde la frialdad y la normalización de la violencia se observa o se menciona. Su caso, al igual que las decenas de muertes en los buses provocan un profundo dolor en las familias.
El día que Norma perdió la vida, yo estaba en la redacción escribiendo otras noticias de violencia. El tiempo para la entrega de mis notas no permitía que me movilizara hasta el lugar donde había ocurrido el asalto, solo recopilé los datos con el apoyo de los Bomberos Municipales.
En el material que me compartieron los Bomberos había una imagen que hablaba por sí sola: un hombre adulto mayor, llorando cerca del cadáver. Otras personas tratando de sostenerlo.
Una semana después seguimos el caso. Desde la jefatura editorial se consideró importante destacar la historia de Norma y hacer una investigación para fiscalizar las funciones de cada institución involucrada en la seguridad y el transporte, es decir: Ministerio de Gobernación, Ministerio de Comunicaciones, Asociación de Transportistas Urbanos, Gremial de Transporte Extraurbano de Rutas Cortas, Dirección General de Transporte Extraurbano.
La familia de Norma abrió las puertas de su casa para atendernos, también lo hizo una de sus amigas, que la acompañaba el día del asalto en el bus.
Alida España, amiga de Norma todavía estaba afectada física y psicológicamente: estaba enyesada y con tristeza.
“Cuando el bus empezó a descender en el puente, los tipos que iban en la parte de atrás se pararon juntos y dijeron “esto es un asalto, saquen todas sus pertenencias de valor, porque si no los matamos”. Yo iba sentada y ella (Norma) iba parada, me quedé muda (…). Después sólo vi cuando ella se fue para la salida del bus. Quiso salir huyendo. De repente, la gente solo dijo “se mató la señora”, relató.
Según Alida, todo ocurrió muy rápido y creyó que su amiga sufrió una crisis nerviosa, que incluso pudo dejarla sin visión.
“Ella ya no se recordó que iba conmigo, perdió totalmente el control y el chofer no hizo nada ni detuvo la marcha –porque ellos también son cómplices-; fue cuando yo también me aventé y salí corriendo. Al verla tirada me quedé sin palabra. Norma ya había muerto. Estaba muerta”, dijo.
La madre de Norma, María Ruíz, recordó que su hija era una mujer trabajadora, con talento y mucha fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida.
“Ella se valía sola. Era muy inteligente. Vendía ganchos, compraba playeras y las diseñaba. Bordaba bolsas de lona junto a estas muchachas -una de ellas Alida, que la acompañaba el día del asalto– y se iba a venderlas, era una gran hija mi patoja; un amor de gente”, describió Ruiz.
César Álvarez, el señor que observé en la foto el día de la muerte, estaba muy lastimado y en esa ocasión exigió acciones efectivas por parte del Ministerio de Gobernación, en ese entonces envió un mensaje a quien fungía como titular de Gobernación, Mauricio López Bonilla.
“El gobierno debe despistolizar y los policías deben subirse a los buses como se los dije el día del incidente, ¿para qué vienen? si mi hija está muerta, no tienen nada que hacer. Yo quisiera ir al Ministerio de Gobernación y hablar con el señor Bonilla, decirle que tienen que hacer algo para terminar con esta violencia, no pueden cruzarse de brazos y esperar a que otra persona se muera”, indicó.
Cuando terminamos de hablar, la mamá y amiga de Norma me mostraron las bolsas que hacía, dijeron que ella tenía talento y amor para crear diseños. La mamá de Norma recordó que días antes del asalto en el bus, Norma le había dicho que la fecha de su cumpleaños se acercaba, cumpliría 49 años y quería celebrarlo con un asado en familia. Ese día no llegó.
“A los casos actuales y a los del pasado los une la impunidad”
Lamentablemente, las muertes en el transporte público continúan sin que nadie cambie el obsoleto sistema de transporte que facilita la corrupción, la violencia y las extorsiones. Tampoco existe control de las cárceles desde donde provienen extorsiones, ni tampoco medidas acertadas para prevenir la violencia homicida en las calles.
Desde mi criterio considero que debe existir mayor regulación y control de las armas y municiones. Todavía me cuesta creer que en un país tan violento no se pueda establecer cuántos crímenes ocurren con armas registradas y no registradas. Peor aún, que no exista límite para conceder licencias de portación y tenencia de armas.
Cito las palabras del párroco Javier Ávila, quien se ha pronunciado constantemente por la masacre de 13 personas, entre ellas un bebé, en el poblado de Creel, municipio de Bocoyna, Chihuahua, México, hecho ocurrido el 16 de agosto de 2018, y quien después de este horrible hecho se refrió por otra masacre en Ciudad Juárez. El sacerdote dijo que no hay que olvidar a las víctimas de hoy y ayer, así se consignó esta frase en el libro “País de Muertos, crónicas contra la impunidad”.
“Que los muertos de hoy no entierren a los de ayer. A los casos actuales y a los del pasado los une la impunidad, el grito de justicia, de que no quede sepultado ni uno solo de los crímenes”.
Son las 3:30 de la tarde del 8 de mayo de 2012, los rayos del sol iluminan el lugar. Decenas de hombres a pie y en motocicleta merodean “La Línea del Tren” en la zona 1, donde mujeres, trabajadoras sexuales, se disponen a emprender una jornada laboral más y a despojarse de sus historias de dolor para poder sonreír.
Me acerco a una de ellas y le comento las razones por las que estoy en La Línea. Le explico que quiero escribir sobre ellas, sobre sus condiciones laborales, las razones por las que se dedican a este trabajo y muchas otras cosas. La joven vestida de colegiala me dice que me atenderá mientras no se presente ningún cliente, de lo contrario tendremos que interrumpir la conversación.
Empezamos a hablar y me explica los riesgos de su trabajo, las enfermedades de transmisión sexual a las que puede estar expuesta, la violencia física y psicológica que ejercen algunos “clientes”. Los servicios a más de una decena de hombres en una tarde-noche. La necesidad de usar cloro y agua cuando los clientes no respetan las condiciones de trabajo.
“Riesgos siempre hay, porque no todos los hombres usan preservativos, aunque siempre es una condición que ponemos”, enfatiza.
La joven no niega que teme contraer una enfermedad de transmisión sexual, pero dice que no tiene otra opción, mientras cepilla su cabello, se acerca un hombre con olor a licor y una mochila en la espalada. Le pregunta a la trabajadora si está prestando sus servicios. La joven responde que sí, me dice que debo irme. Cierra la puerta y se despide.
Continúo caminando y encuentro a un hombre que tiene alrededor de 15 o 20 minutos de merodear por La Línea. Le pregunto si utiliza los servicios de las trabajadoras regularmente y me dice que sí. Lo hace en quincena o en fin de mes, “cuando me pagan”, responde. Le pregunto si tiene esposa y si está consciente de los riesgos de contraer y transmitir una enfermedad de transmisión sexual. Explica que si tiene esposa e hijos. Cambia la conversación y dice que solo se acerca a “admirar” a las trabajadoras, nada más a “admirar”, reitera y se va.
En la otra esquina se encuentra una mujer nicaragüense con quien inicio otra conversación, me cuenta que está cansada de ejercer este trabajo y no quiere continuar, sin embargo, tiene 38 años, baja escolaridad e hijos que mantener. Me dice que inicialmente no quería laborar como trabajadora sexual, pero no le quedó otra alternativa. Sus hijos no saben a qué se dedica y sería muy doloroso que conocieran la verdad. Prefiere no continuar hablando.
En el recorrido, encuentro a una joven de 23 años a quien identificaré como Sara (nombre ficticio). Viste un diminuto atuendo fluorescente, unas zapatillas altas y es muy amable (la más amable de las mujeres con las que hablé). Le explico las razones por las que estoy en el lugar y si puede apoyarme. Ella dice que si puede.
La historia de Sara me conmovió porque me comentó que dejó su casa a los 17 años. Era violentada sexualmente por su padrastro desde que tenía 12 años y como consecuencia de esas violaciones tuvo un bebé. Un bebé que se enfermaba recurrentemente y a quien debía llevar al médico. Inicialmente Sara trabajó como empleada doméstica, pero los gastos que demandaba su niño no le dejaban ni siquiera para comer.
“Mi nene fue producto de una violación; fue en mi casa con mi padrastro. Yo tenía 15 años pero el abusaba de mí desde los 12. Al principio no le dije a mi mamá porque él me amenazó y yo tenía miedo. Cuando ella se enteró me sacó de la casa y me quedé sola; trabajé tres meses como doméstica y no pude con la enfermedad del niño, que tenía dos meses”, recuerda.
Sara relata que se involucró en este trabajo cuando tenía unos 17 años, por recomendación de una amiga de su edad; su intención era solo trabajar unos meses y después continuar estudiando, pero no encontró otra opción y desde entonces se dedicó a ejercer el trabajo sexual.
La jovencita califica como “desagradable” este trabajo, pero dice ha sido la única manera de mantener a su hijo, quien en 2012, cuando hablé con Sara, tenía ocho años.
Sara dice que cada vez que ve a su hijo se recuerda las múltiples violaciones sexuales de las que fue objeto por parte de su padrastro, después recuerda que su niño no tiene la culpa.
El 11 de abril de 2016 fue asesinado Miguel Antonio Rojas, de 17 años, vivía en la calle, en condiciones precarias. Faltaba un día para que se reflexionara sobre el Día Internacional de la Niñez en Situación de Calle, que se conmemora cada 12 de abril. Miguel murió por disparos de arma de fuego en la 1ª. Calle y Avenida Reforma de la zona 10, mientras que otros dos de sus compañeros fueron heridos.
La Comisaría 13 de la Policía Nacional Civil (PNC) consignó en un informe que testigos dijeron que Rojas asaltaba, sin embargo, también refirió que los adolescentes “fueron confundidos con ladrones”.
En el documento había poca claridad sobre lo qué sucedió, cómo fue y en qué circunstancias. En el lugar la PNC registró testimonios de personas que tampoco estaban seguras de lo que había pasado.
Miguel fue identificado por Duncan Dyason, director de la Fundación Mi Arca, la cual trabaja con la niñez y juventud en situación de calle.
Por eso, busqué a Dyason, quien me explicó que Miguel estaba consciente de los problemas que podrían generarse al cometer un acto al margen de la Ley por lo que dudaba que estuviera delinquiendo.
“La mayoría de jóvenes con los que trabajamos tratan de vivir de manera tranquila, no están buscando problemas porque ellos saben que pueden traer problemas para los demás. La mayoría de ellos usan solvente para quitarse el hambre y el dolor que sienten, y piden dinero para sobrevivir y para su solvente”, reiteró Dyason.
Las palabras de Dyason me hicieron reflexionar sobre los niveles de insensibilidad a los que toda la población hemos llegado, porque mientras dormimos en una cama cómoda, con cobijas calientes, tenemos pan en nuestras mesas, un trabajo y hasta agua caliente para bañarnos, no estamos prestando atención a la necesidad de otros.
Después de la conversación con Dyason decidí buscar información sobre cómo viven los niños, niñas y adultos que deambulan por las calles, como seres invisibles, ante la indiferencia de todos.
Mi Arca fue el canal directo que me permitió llegar hasta la niñez de la calle. Una desconocida no podía llegar a la esquina de los niños y adultos, invadir su espacio y decirles que quería escribir de ellos. Necesitaba del apoyo de personas que trabajan con ellos y ellas. Estos activistas son personas nobles que han llegado hasta lavar los pies a la niñez de la calle, curar sus heridas, suplir sus necesidades de corto, mediano y largo plazo.
Fue impactante ver a personas adultas aferrarse a su esquina en una banqueta, bebiendo botellas de alcohol, oliendo solvente, sin tener conciencia del día, fecha y hora.
Ese día hablé con un señor que tenía varios años de vivir en la calle, me comentó que era de Chiquimula y que había abandonado su casa cuando era niño porque era víctima de maltrato. Me dijo que recordaba que tenía 12 años cuando salió de su casa y que había aprendido a sobrevivir en las calles. Fue amable, las otras personas me miraron con desconfianza y me dijeron que no querían hablar conmigo porque no me conocían, respeté su espacio y me retiré.
Después fuimos a “la Casona” en la zona 4, un lugar donde un grupo de niños y jóvenes se encontraban. Empezó la lluvia y todos se refugiaron en su esquina, se aferraron a sus colchonetas sucias, a su perro, tratando de resguardarse de la lluvia, cuidándose unos a otros, solidarios entre sí.
Una jovencita se acercó y me preguntó mi nombre. Uno de los activistas le comentó cuál era mi propósito de estar junto a ellos. Me dijo: “venite aquí no te mojes” y me acercó a la cornisa de una casa, con la manga de su chumpa limpió las gotas de lluvia que caían sobre mi cabeza y me indicó que debía pegarme más a la pared para que el agua no me afectara. Le respondí gracias.
Me preguntó si quería quedarme a vivir con ellos, que siempre era mejor estar acompañada de otros compañeros como ella y su hermano lo habían hecho todo este tiempo. En la otra manga de su chumpa tenía escondido algo, era un pedazo de toalla con oler a solvente.
¿Querés un guaipazo?, me dijo. Le pregunté qué era “un guaipazo”. Acercó la toalla a mi nariz, sentí el olor a solvente. Ella me dijo que si tenía frío o hambre no lo sentiría con el “guaipazo”.
Le respondí que agradecía por compartir conmigo su “guaipazo”, pero que prefería no olerlo. Ella no se molestó.
Ese día pensé las veces que muchos de nosotros, me incluyo, hemos pasado por la Casona, sin detenernos a ver a tantas personas que sufren por las circunstancias de vida, por las razones de las que han huido de su casa, por el estigma, porque deben escapar todo el tiempo de la gente que no los quiere cerca, deambulan de banqueta en baqueta para buscar un espacio donde refugiarse del frío, lluvia y el sol.
También entendí cuán solidarias y nobles pueden ser estas personas, que sin conocerme ni tratarme antes, me compartieron su esquina, su banqueta, su “guaipazo”. Limpiaron las gotas de lluvia que cayeron sobre mi cabeza y me aconsejaron que siempre es mejor estar acompañada cuando se vive en la calle.
Varias organizaciones como Mi Arca, Asociación Movimiento Jóvenes de la Calle, mujeres ejemplo como Eluvia Velásquez, entre otras, hacen mucho por estos niños, niñas y adultos con los recursos que tienen. Ojalá todos nos involucremos más para saber qué podemos hacer por estas personas. Desde el espacio donde nos corresponde, creo que podemos aportar algo.